Pero la historia no se queda solo en la composición del microbioma. Esas bacterias no viven aisladas: lo que producen puede viajar por todo el cuerpo de tu gato. El intestino es, en realidad, un laboratorio vivo. Los trillones de microbios que lo habitan transforman restos de comida en diminutos compuestos químicos que actúan como mensajes para otros órganos.

Cuando predominan las bacterias “buenas” que fermentan carbohidratos y fibras, los mensajes son, en su mayoría, positivos: metabolitos que nutren las células intestinales, reducen la inflamación y ayudan a regular el metabolismo energético. Por el contrario, cuando las bacterias proteolíticas trabajan sin descanso, el resultado incluye indoles, aminas y otros compuestos que, si se acumulan demasiado, pueden irritar el intestino o afectar a otros tejidos.
Los científicos han encontrado relaciones directas entre ciertos perfiles microbianos y parámetros en sangre como el nivel de glucosa, los triglicéridos e incluso hormonas que controlan el apetito, como la leptina y la grelina. Dicho de otra forma: lo que pasa en la tripa puede acabar influyendo en el peso, la energía y hasta el humor de tu gato.
Por eso, alimentar bien a tu gato no es solo cuestión de saciar su hambre. Es alimentar a un ecosistema entero que, a cambio, cuida de él desde dentro. Un plato bien pensado hoy puede significar un gato más sano y feliz mañana.